ESPAÑA CRISTIANA


RUTA PAULINA EN ECIJA (SEVILLA) ESPAÑA


SAN PABLO


ESPAÑA SIGLO II

SANTIAGO APOSTOL EN ESPAÑA
El apóstol Santiago, primer apóstol martir, viajó desde Jerusalén hasta Cádiz (España). Sus predicaciones no fueron bien recibidas, por lo que se trasladó posteriormente a Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos habitantes de la zona. Estuvo predicando también en Granada, ciudad en la que fue hecho prisionero junto con todos sus discípulos y convertidos. Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María, que entonces vivía aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase. La Virgen le concedió el favor de liberarlo y le pidió que se trasladara a Galicia a predicar la fe, y que luego volviese a Zaragoza.Santiago cumplió su misión en Galicia y regresó a Zaragoza, donde corrió muchos peligros. Una noche, el apóstol estuvo rezando intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro, cerca de los muros de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía entonces negarle. De pronto, se vio venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado.Sobre la columna, se le apareció la Virgen María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, y recibió internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María debía crecer como una raíz y expandirse. María le indicó que, una vez terminada la iglesia, debía volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. En el lugar de la aparición, se levantó lo que hoy es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, un lugar de peregrinación famoso en el mundo entero que no fue destruido en la guerra civil española (1936-1939), puesto que las bombas que se lanzaron no explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en el interior de la Basílica.Santiago partió de España, para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado. En este viaje visitó a María en Éfeso. María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue hecho prisionero.Fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a algunas personas. Cuando le ataron las manos, dijo: "Vosotros podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua". Un tullido que se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le contestó: "Ven tú hacia mí y dame tu mano". El tullido fue hacia Santiago, tocó las manos atadas del apóstol e inmediatamente sanó.Josías, la persona que había entregado a Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se convirtió a Cristo. Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado. Él dijo que sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: "Tú serás bautizado en tu propia sangre". Y así se cumplió más adelante, siendo Josías asesinado posteriormente por su fe.En otro tramo del recorrido, una mujer se acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación para su hijo, obteniéndola de inmediato.Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue atado a unas piedras. Le vendaron los ojos y le decapitaron.El cuerpo de Santiago estuvo un tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se desencadenó una nueva persecución, lo llevaron a Galicia (España) algunos discípulos.
En siglos posteriores y hasta el momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren parcialmente el "Camino de Santiago" que les conduce a la tumba del Santo, con el fin de pedir perdón por sus pecados.

En este repartimiento quedó España al apóstol Santiago, llamado el Mayor, hijo del Zebedeo, hermano de San Juan Evangelista y ambos primos (por madre) del Redentor; el cual, viniendo a ella, habiendo predicado en diversas ciudades, fundado muchas iglesias y convertido muchos discípulos, volvió con algunos a Jerusalén, donde Herodes Agripa mandó degollarle porque predicaba el evangelio. En el año varían los escritores, y verdaderamente en el contexto de los capítulos once y doce de los Hechos Apostólico, se prueba que fuese en el año cuarenta y cuatro de Cristo, o después. Sus discípulos cogieron el cuerpo de noche, y llevándole a Iope (hoy Iafa), puerto occidental de Palestina, se embarcaron con él en una nave que allí hallaron. Y hendiendo todo el mar Mediterráneo, desembocaron por el estrecho de Gibraltar al océano; y doblando el norte en la costa de Galicia, entraron por el río Sar, desembarcaron junto a la ciudad de Iria Flavia, hoy nombrada Padrón, y sepultando el santo cuerpo volvieron a Roma, donde ya estaba San Pedro, que les ordenó que volviesen a España, donde todos murieron mártires. El apóstol San Pablo vino a España: así lo certifican los padres más graves de ambas iglesias griega y latina. En el año de su venida varían los escritores de cronologías. Flavio Lucio Destro, español de Barcelona, que nació año 368 y murió año 444, de setenta y seis años, dejó escrita una historia, que perdida muchos años, ha aparecido en éstos; dice que San Pablo predicó y convirtió a muchos en España año sesenta y cuatro de Cristo.
siete varones apostólicos son conocidos siete clérigos cristianos ordenados en Roma por los apóstoles (discípulos del apóstol Santiago el Mayor pero designados por San Pablo y San Pedro) que marcharon a Hispania a evangelizar: Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio o Isicio.
Según unos manuscritos del siglo X, que transmiten información más antigua (del siglo VIII o del siglo IX), los siete varones apostólicos llegaron a Acci (Guadix) cuando se estaban celebrando las fiestas paganas de Júpiter, Mercurio y Juno y los paganos les persiguieron hasta el río, pero el puente se partió milagrosamente y los siete varones apostólicos quedaron salvos. Una noble mujer llamada Luparia se interesó por ellos y los escondió, y se convirtió al Cristianismo después de haber levantado un altar a San Juan Bautista. A continuación los varones apostólicos se separaron para dar noticia del Cristianismo por distintas regiones de la Bética: Torcuato permaneció en Acci (Guadix), Tesifonte marchó a Bergi (Berja), Hesiquio a Carcere (Cazorla), Indalecio a Urci (Pechina), Segundo a Abula (Abla), Eufrasio a Iliturgi (Andújar) y Cecilio a Iliberri (Iliberris o Elvira, la actual Granada). La identificación de esas localidades es muy insegura: según otras fuentes Carcere o Carcesi es Cieza (Murcia), Urci es Torre de Villaricos e Iliturgis es Cuevas de Lituergo;[1] según una tradición abulense, Abula sería Ávila, y San Segundo su primer obispo (actualmente, su santo patrón).
Un autor del siglo IX fundió esta tradición con la de Santiago Apóstol en la Translatio S. Iacobi in Hispaniam. Según éste, siete discípulos de Santiago trajeron su cuerpo a Hispania después de su martirio desde Jerusalén y tuvieron que refugiarse en una fuente protegida por una cripta porque eran perseguidos por el rey; cuando entraron para prenderlos la cripta se derrumbó y el rey y los suyos perecieron. Una mujer, también llamada Luparia, se convirtió al Cristianismo y mandó colocar el cuerpo de Santiago en un edificio que previamente había estado consagrado a ídolos paganos; esta tradición cuenta también que tres de estos discípulos, Torcuato, Atanasio y Tesifonte, fueron enterrados junto al apóstol. También habla sobre los siete varones apostólicos el escritor dominico del siglo XIII Rodrigo de Cerrato.
15 de mayo TORCUATO, OBISPO Y COMPAÑEROS MÁRTIRES
VARONES APOSTÓLICOS (s. I)
La Iglesia española celebra el día de hoy la conmemoración de los llamados Varones Apostólicos, que son aquellos siete discípulos de los apóstoles San Pedro y San Pablo que, conforme a una tradición antigua española, fueron enviados a España por sus maestros Pedro y Pablo para que predicaran el Evangelio en la Península. La tradición nos ha transmitido sus nombres de Torcuato, Segundo, Indalecio, Tesifonte, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio.
Junto, pues, con la otra tradición sobre la predicación de Santiago, y con el hecho históricamente bien probado de la estancia de San Pablo en España, la actividad apostólica de los Varones Apostólicos constituye la base del origen apostólico de la Iglesia española. Por eso ha sido, ya desde antiguo, tan grande la devoción que España ha profesado a los Varones Apostólicos, y particularmente las poblaciones que, conforme a la misma tradición, habían evangelizado cada uno de ellos, se han distinguido de un modo especial en esta veneración. Así sucede, por ejemplo, en Acci, hoy Guadix, donde se supone predicó Torcuato; en Ilíberis, o Elvira, evangelizada por Cecilio, y sobre todo en Abula, que algunos identificaron con Avila, donde tanto se venera a San Segundo.
No es éste el lugar para discutir, en primer término, la verdad de la misma tradición sobre la venida a España de los Varones Apostólicos. Baste decir que los historiadores modernos extranjeros, los padres Férotin y Savio, la califican de tradición antigua y sólida. En segundo lugar, pasamos por alto la discusión sobre cuáles son las poblaciones modernas que corresponden a las antiguas, donde refiere la tradición que predicaron dichos Varones Apostólicos. Concretamente, a qué población se refieren Urci, donde debió predicar Indalecio; Vergi, sede tradicional de Tesifonte; Carcesa, cristianizada por Hesiquio. Entre todas ellas, como se sabe, la más discutida es Abula, donde predicó Segundo.
Aquí conviene notar, ante todo, los datos que nos comunica la misma tradición, pues, aunque no presenten sólidas garantías de seguridad histórica, indican, ciertamente, la estima que se ha hecho siempre en España del origen apostólico de sus iglesias. Tal vez ésta es, en el fondo, la razón última de por qué es tan profunda en los españoles la adhesión a la cátedra de Roma y el afecto personal hacia el Romano Pontífice. De hecho, desde tiempo inmemorial, España ha proclamado y defendido con el mayor empeño el origen apostólico de su fe católica, lo cual debe ser para los españoles de nuestros días un argumento poderoso para no desmerecer en lo más mínimo de la tradicional adhesión de España a la Iglesia Católica Romana y al Romano Pontífice.
Así, pues, conforme a esta tradición, los Príncipes de los Apóstoles, Pedro y Pablo, escogieron a siete entre sus discípulos, bien probados en la fe, cuyos nombres hemos indicado, los consagraron obispos y los enviaron a España con la misión de evangelizar la importante provincia romana llamada en aquel tiempo Hispania. Dirigiéronse, pues, ellos a la Bética, que era una de las regiones más romanizadas, y, habiendo llegado a la importante ciudad de Acci (hoy Guadix), se detuvieron antes de entrar en ella. Encontrábase ésta a la sazón en plenos festejos, dedicados a Júpiter y Mercurio, por lo cual, al enterarse de las intenciones de los huéspedes, salieron algunos gentiles en ademán amenazador.
Ante esta actitud de los naturales los Varones Apostólicos retrocedieron y atravesaron el río. Los perseguidores pretendieron darles alcance; mas, al intentar atravesar el río, se hundió el puente y todos ellos perecieron. Ante la noticia de lo ocurrido los habitantes de Acci se llenaron de estupor, por lo cual salió en nombre de todos la matrona Luparia, la cual se puso en contacto con los misioneros, construyóse una iglesia y la población abrazó el cristianismo. Iniciada de esta manera su actividad apostólica, aquellos misioneros, conforme a la misma tradición, se repartieron por diversas poblaciones, siendo de este modo la base de la mayor parte de las iglesias españolas. No se olvide que, conforme a la tradición de la predicación de Santiago en la Península, éste estuvo muy poco tiempo en España y obtuvo pocas conversiones, y la estancia cierta de San Pablo tuvo una actividad muy reducida. Así, pues, según las tradiciones primitivas, los que en realidad evangelizaron a la Hispania y los verdaderos padres del cristianismo español fueron los Varones Apostólicos.
De esta tradición hablan, en primer lugar, los Calendarios mozárabes, cuya reciente publicación por los padres Férotin y Savio proyecta abundante luz sobre la Iglesia primitiva de la península Ibérica. Ahora bien, sabemos que las noticias incluidas en esta clase de calendarios se fueron introduciendo poco a poco. Por otra parte, según se ha probado, su primera redacción data del siglo V. ¿Cuándo, pues, fue introducida esta noticia en dichos calendarios? ¿Pertenece al núcleo primitivo? La unanimidad de los siete calendarios nos permite concluir que la noticia data del siglo V o del VI.
Especial importancia en este punto adquiere la literatura hagiográfica del tiempo. También en ella se habla de los Siete Varones Apostólicos, como puede comprobarse en el Martirologio histórico, de Lyon; en diversas vidas compendiadas, a manera de Flos Sanctorun, y en la misa, el oficio divino y un himno de la liturgia mozárabe.
Sobre la suerte final de los Siete Varones Apostólicos la misma tradición es muy escasa de noticias. Es muy común la creencia de que todos ellos murieron mártires. Así lo expresan algunos Calendarios. En cambio, la literatura mozárabe los llama simplemente Doctores de la fe.
La principal lección que debemos aprender de la festividad de los Varones Apostólicos es la estima extraordinaria que el pueblo español ha hecho siempre del origen apostólico de su fe católica. La tradición referente a los mismos queda consignada por escrito ya desde el siglo V o VI, y, ciertamente, desde entonces esta convicción llega a constituir una de las bases fundamentales en el ulterior desarrollo del cristianismo en España. Hubo posteriormente una corriente dentro de la Península que ponderaba en exceso la idea de que se tardó bastante en introducir plenamente el cristianismo en España. Así parece expresarlo, en el siglo VII, San Valerio, monje del Bierzo y padre de monjes, quien en una exhortación a los fieles les llega a decir que solamente a fines del siglo IV comenzó a resplandecer el cristianismo en España.
Frente a esa idea, repetida en algún otro documento y excesivamente ponderada por algunos escritores de nuestros días, diremos que, a mediados del siglo III, la Iglesia española da muestras de intensa vitalidad, y, según los testimonios de San Ireneo y de Tertuliano, ya a fines del siglo II el cristianismo estaba plenamente arraigado en España.. Podemos, pues, con buen fundamento suponer que esto se debía al hecho de la estancia de San Pablo en la Península, quien había dejado, como en tantas otras ciudades, una Iglesia bien fundada, y tal vez también a la obra evangelizadora de los Siete Varones Apostólicos.
Los siete varones apostólicos, Torcuato, Tesifonte, Segundo, Indalecio, Cecilio, Esiquio y Eufrasio, quienes según el testimonio de San Gregorio VII en una carta al rev Alfonso VI, fueron enviados por los apóstoles San Pedro y San Pablo a evangelizar España. Desembarcaron en Cádiz, dónde hicieron muchos milagros, y después de haber predicado por casi toda la Península, sobre todo en Andalucía, murieron: Torcuato en Cádiz, Tesifonte en Vergi (Almería), Segundo en Avila, Indalecio en Portilla, Cecilio en Elvira, Esiquio en Gibraltar y Eufrasio en Andújar.
VIAJE DE SAN PABLO A ESPAÑA
En efecto, la ciudad de Écija está celebrando por todo lo alto el Año dedicado al apóstol Pablo, su santo patrón, con una serie de actos religiosos y culturales, como la magnífica exposición sobre «Iconografía de san Pablo en Écija (siglos XV al XX)>>, en la iglesia de Santiago el Mayor. No en vano, Écija puede jactarse, según algunos expertos, de ser la ciudad del mundo en la que más testimonios artísticos e iconográficos hay expuestos a la devoción: todas las iglesias y conventos de la ciudad (siete parroquias, ocho conventos de religiosas, dos de religiosos, y varias capillas e iglesias) cuentan con algún cuadro, relieve o talla. Destaca entre todas, por su expresividad y su riqueza cromática, la talla de Salvador Gómez de Navajas, que data de 1575 y que se saca en procesión todos los años el 25 de enero, en la fiesta de la Conversión de san Pablo.
San Pablo es el patrón de la ciudad de Écija desde que, en 1642, el papa Urbano VIII así lo estableciera; sin embargo, la estima de los ecijanos por su patrón es muy anterior, se remonta incluso a los primeros años del cristianismo, y ni siquiera la ocupación árabe logró arrebatarles su memoria. Écija mantiene viva la tradición de que san Pablo estuvo en la ciudad, predicó en sus calles, convirtió a sus gentes e, incluso, prometió visitarla nuevamente. Esta promesa se cumplió en el año 1436, cuando se produjo el milagro por el cual san Pablo se apareció a un joven de la localidad, Antón de Arjona, queriendo evitar con ello la degradación de la ciudad. Desde entonces, todos los años, toda la población, corporación municipal al frente, renueva sus votos al santo y se vuelve a poner bajo su protección y amparo. Protección que, si se entra en la ciudad por la carretera desde Madrid, se hace bien visible en el imponente san Pablo que vigila Écija desde su privilegiada posición. Con un sentimiento de devoción tan arraigado, no es de extrañar que cualquier actividad de los ecijanos quede expuesta a la mirada del santo, como, por citar sólo un ejemplo, el equipo local de fútbol, que celebra sus partidos en el Estadio Municipal de San Pablo y a él se encomienda.
Pero, ¿estuvo Pablo en Écija?
Que san Pablo llegara a visitar España es algo de lo que apenas existen dudas. Al anuncio que él mismo hizo en la carta a los Romanos, le sigue la afirmación de la segunda carta a Timoteo, en la que reconoce haber evangelizado a todas las gentes. Esto permite suponer con bastante fiabilidad que, tarde o temprano, alcanzara la provincia romana conocida como la Bética, en los confines del entonces mundo conocido. Esta tesis -afirma el P. Antonio García del Moral, dominico, en su obra San Pablo. Testimonios críticos y tradiciones ecijanas- está avalada por diversos documentos, como el testimonio de san Clemente Romano, el Fragmento Muratoriano, del siglo II y los Actus Petri cum Simona, de los siglos II-III. La carta a los Corintios de san Clemente Romano da testimonio de que Pablo alcanzó los límites de Occidente, es decir, la Bética.
La ruta más probable sería entrando «por el puerto de Cádiz, donde se encontraba una comunidad judía, a la que le gustaba dirigirse en primer lugar, antes de ir a los gentiles». Esta tesis la sostiene también Jerome Murphy-O'Connor, uno de los máximos especialistas en la figura de san Pablo, en su reciente Pablo, su historia: «Lo cierto es que Pablo acabó yendo a España. Dadas las circunstancias y su carácter, sería bastante sorprendente que no hubiera sido así. La ruta por mar era la más sencilla de atravesar. Podía llegar a la costa de Cataluña en apenas cuatro días, o Gades (Cádiz) en siete si cogía un barco desde Ostia, el puerto de Roma». Tarragona es el puerto en el que desembarcó Pablo según otros autores, como Francisco de Asís Aguilar, que afirma en el Compendio de Historia eclesiástica general (1877) que «la venida, de la cual hoy nadie se atreve a dudar, parece fue por mar, desembarcando en Tarragona, pasando por Tortosa, internándose en la Bética hasta Ecija».
Tanto si san Pablo entró en España por Tarragona como si lo hizo por Cádiz, casi todos los testimonios escritos convergen en que la ciudad de Écija, por aquel entonces conocida como Astigi, sería una de las ciudades en las que recaló, predicó y, si hemos de hacer caso de la tradición, obtuvo frutos inmediatos de conversión. Écija era por entonces una importante ciudad dedicada a la explotación comercial del aceite, capital de la Bética ulterior, que el emperador Augusto había elevado en el año 14 al rango de Colonia con el nombre de Colonia Augusta Firma Astigi, y en la que se erigió un Convento Jurídico. Era una ciudad de nueva planta, con calles pavimentadas trazadas en retícula regular, ricos y variados mosaicos, un sistema de cloacas y una red de distribución de aguas, templos, termas y un anfiteatro.
El viaje de Pablo
El viaje de Pablo a España no tuvo que ser fácil. Como afirma Murphy-O'Connor, Pablo quería «ser enviado a España como misionero de Roma (Rom 15,24). Esto no era un problema de logística o ayuda con el idioma (aunque una ayuda en estos dos aspectos de la misión sería bastante útil). Pablo necesitaba que Roma le diera la misión de actuar en su nombre». Otra cuestión es la de su acompañante. Pablo solía viajar con algún discípulo que pudiera ayudarle en la tarea evangelizadora, pero también para solucionar cuestiones materiales propias del viaje. ¿Quién mejor que alguien nacido en las tierras que iba a visitar, máxime cuando sabía que iba a atravesar poblaciones en las que, seguramente, casi nadie hablaría griego -quizá latín, sobre todo en las urbes comerciales- y sí diversos dialectos íberos, que Pablo desconocía por completo?
Seguramente Pablo eligió para este fin a Hieroteo, discípulo y amigo, que era natural de Écija, conocía el país y no tendría problemas con los idiomas. Hieroteo fue, según recoge el P. Antonio de Quintanadueñas en su obra Santos de la ciudad de Sevilla y su arzobispado (Sevilla 1637), «maestro de san Dionisio Areopagita, obispo de Atenas y Segovia». Donde más datos encontramos acerca de Hieroteo es en la Historia de la insigne ciudad de Segovia y compendio de las historias de Castilla, de Diego Colmenares, escrita en 1633. Allí se afirma que Hieroteo había escuchado predicar a Pablo en Pafos, la patria de Bernabé y que, una vez convertido, pasó a engrosar el grupo de sus discípulos y le acompañó a Atenas, ciudad de la que Pablo le nombró obispo. «Pasados los tres años -continúa- dejó san Hieroteo por sucesor en Atenas a Dionisio su gran discípulo ... y después de renunciado el obispado de Atenas, parece se volvería a la compañía de san Pablo».
Así pues, tenemos a Pablo camino de España, acompañado de su discípulo Hieroteo, astigitano de nacimiento. Dando por supuesto de que llegaran a la península por el puerto de Gades, que dista unos 220 kilómetros de Astigi, Pablo y Hieroteo tardarían al menos una semana en recorrer la Via Augusta hasta llegar al puente que cruza el Genil y poder asomarse a la espléndida ciudad bética. Una vez allí, no es difícil imaginar que, en lugar de buscar alojamiento en la comunidad judía, cuya sinagoga se localizaba en el actual emplazamiento de la iglesia de Santa Bárbara, Hieroteo lograra convencer a las nobles hermanas Xantipa y Polixena de que hospedaran a su maestro en su mansión. Xantipa era la esposa de Probo, presidente del Convento Jurídico Astigitano.
Al día siguiente, tras descansar de las duras jornadas de viaje, Pablo se dirigiría al foro, concretamente a un lugar cercano al tem-
plo que estaba dedicado al culto imperial -ese lugar es hoy parada obligatoria en el recorrido turísticoreligioso de Écija- y comenzaría a predicar. La escena, parecida a la que relatan los Hechos de los Apóstoles en Atenas, tendría, no obstante, un fruto diverso: Probo, Xantipa y su hermana, Polixena y un número de personas sin determinar, abrazaron la fe en Jesucristo, «y leyendo en su frente con letras de oro: Pablo predicador de Jesucristo, se convirtieron los dos y baptisolos el Santo», escribe el P. Antonio de Quintanadueñas. Estos tres notables astigitanos forman parte del catálogo de los santos:
Xantipa y Polixena, cuya imagen se conserva en la iglesia parroquia de Santa María de Écija, se celebran, según el Martirologio romano el 23 de septiembre, y Probo ellO de noviembre.
La conversión de estos personajes se recoge en otras fuentes, como el Compendio de Historia eclesiástica general, de Francisco de Asís Aguilar, que añade, además, que san Pablo «nombró obispo a san Crispín, martirizado en la primera persecución». Precisamente el hecho de que Écija tuviera Silla Pontificia desde los orígenes contribuye a apoyar las tesis de la presencia del Apóstol, pues sólo las iglesias que recibieron la fe directamente de los Padres o Varones Apostólicos o de sus primeros discípulos adquirieron tan rápidamente la consideración episcopal. Si bien los testimonios y fuentes no logran despejar todas las dudas y demostrar con rotundidad lo cierto de esta tradición, no lo es menos que tanto la antigüedad de la misma como la convergencia de testimonios diversos y el fervor popular permiten afirmar su credibilidad y plausibilidad.
El milagro de san Pablo
El milagro de san Pablo ocurrió, tal como lo cuenta el cronista oficial de la ciudad, José Enrique Caldero Bermudo, «en la madrugada del 20 de febrero de 1436, en la persona del joven Antón de Arjona, al que una aparición encomendó la tarea de advertir a las autoridades locales de los vicios y pecados que se cometían contra Dios, amenazando con una epidemia de peste si esos no se corregían.
Para que fuera creído en su encargo, le anudó los dedos de la mano derecha y le ordenó que se organizara una procesión con las jerarquías civiles y religiosas y todo el pueblo al convento de San Pablo y Santo Domingo, de la orden dominica». Allí -según dice la transcripción literal del acta del milagro, en la copia más antigua que se conserva, autentificada por Jerónimo de Guzmán, escribano real y del concejo, que data de 1597- «el dicho moço fue delante e, hincadas las rodillas, llegó con la mano a la mançana de la cruz e subiendo arriba por ella llegando a la imagen de Nuestro Señor, que está en la dicha cruz, abrió mano e tornose tan buena e sana como antes la tenía, salvo que le quedaron los dedos un poco más gruesos y esto por la memoria del milagro».
Desde entonces, en recuerdo del milagro, el Cabildo municipal y un numeroso grupo de fieles acude cada año el 25 de enero, fiesta de la Conversión de san Pablo, a la citada iglesia, en la que, tras la procesión de la imagen del santo y la celebración de la eucaristía solemne, el alcalde y cuantos lo desean renuevan su voto a san Pablo y la promesa de acudir el año próximo a la celebración y mantener viva la tradición paulina.
Cristianismo en españa

Triste cosa es el silencio de la historia en lo que más interesa. De la predicación de San Pablo entre los españoles, nada sabemos, aunque es tradición que el Apóstol desembarcó en Tarragona. Simeón Metafrastes (autor de poca fe), y el Menologio griego le atribuyen la conversión de Xantipa, mujer del prefecto Probo, y la de su hermana Polixena.
Algo y aun mucho debió de fructificar la santa palabra del antiguo Saulo, y así encontraron abierto el camino los siete varones apostólicos a quienes San Pedro envió a la Bética por los años de 64 ó 65. Fueron sus nombres Torcuato, Ctesifón, Indalecio, Eufrasio, Cecilio, Hesichio y Secundo. La historia, que con tanta fruición recuerda insípidas genealogías y lamentables hechos de armas, apenas tiene una página para aquellos héroes, que llevaron a término en el suelo español la metamorfosis más prodigiosa y santa. Imaginémonos aquella Bética de los tiempos de Nerón, henchida de colonias y de municipios, agricultora e industriosa, ardiente y novelera, arrullada por el canto de sus poetas, amonestada por la severa voz de sus filósofos; paremos mientes en aquella vida brillante y externa que en Corduba y en Hispalis remedaba las escenas de la Roma imperial, donde entonces daban la ley del gusto los hijos de la tierra turdetana, y nos formaremos un concepto algo parecido al de aquella Atenas donde predicó San Pablo. Podemos restaurar mentalmente el agora (aquí foro), donde acudía la multitud ansiosa de oír cosas nuevas, y atenta escuchaba la voz del sofista o del retórico griego, los embelecos o trapacerías del hechicero asirio o caldeo, los deslumbramientos y trampantojos del importador de cultos orientales. Y en medio de este concurso y de estas voces, oiríamos la de alguno de los nuevos espíritus generosos, a quienes Simón Barjona había confiado el alto empeño de anunciar la nueva ley al peritus iber de Horacio, a los compatriotas de Porcio Latrón, de Balbo, y de Séneca, preparados quizá a recibirla por la luz que da la ciencia, duros y obstinados acaso, por el orgullo que la ciencia humana infunde y por los vicios y flaquezas que nacen de la prosperidad y de la opulencia. ¿Qué lides hubieron de sostener los enviados del Señor? ¿En qué manera constituyeron la primitiva Iglesia? ¿Alcanzaron o no la palma del martirio? Poco sabemos, fuera de la conversión prestísima y en masa del pueblo de Acci, afirmada por el oficio muzárabe.
Viniendo en fin San Pablo a España (como dejamos escrito año sesenta y cuatro), y predicando en Toledo y su comarca, pasó sin duda a estos pueblos arevacos, y dejó por obispo de nuestra venturosa ciudad a su gran discípulo Hieroteo, como escribe Destro con las señas individuales de Segovia en los arevacos; a diferencia de otra Segovia que había entonces, y permanecen hoy sus ruinas junto al antiguo rio Silicense, nombrado hoy de las Aljamitas, cerca de Carmona en Andalucía; de la cual habla Hircio en la guerra de César con los Pompeyos.
Dice Destro, que nuestro santísimo Hieroteo era tenido por admirable en santidad año setenta y uno de Cristo. Y quieren algunos inferir de estas palabras que ya era difunto, y se veneraba la devoción de su santidad. Mas nosotros inferimos que aún vivía y causaba admiración su santísima vida, convirtiendo y enseñando a nuestros segovianos y fundando nuestra Iglesia con advocación tutelar de la Asunción de nuestra Señora, en memoria (sin duda) de haber asistido a ella, cuyo primer templo no sabemos distintamente cual fuese, aunque presumimos por algunas conjeturas que fue uno de los dos que hoy se intitulan San Blas y San Gil. El de San Blas, aunque pequeño, muestra antigüedad y grandeza en unos edificios continuados con su fábrica y tan capaces que representan palacio obispal o capitular. El de San Gil (también muy antiguo) se renovó por los años 1288, como allí diremos.
El Concilio de Elvira o de Iliberis (Latín: Concilium Eliberritanum), primer concilio que se celebró en Hispania Baetica por la iglesia cristiana. Tuvo lugar en la ciudad de Ilíberis, cerca de la actual ciudad de Granada. Su fecha es incierta, entre el 300 y el 324. En el primer caso sería anterior a la persecución de Diocleciano y en el segundo, posterior al Edicto de Milán de Constantino.
Este concilio fue uno de los más importantes llevados a cabo en las provincias, seguido por los Concilio de Arlés y el Concilio de Ancyra los cuales prepararían el camino para el primer Concilio ecuménico Católico, a este concilio asistieron diecinueve obispos y veintiséis presbíteros de toda España así como laicos.

ELVIRA: Este nombre fué muy popular en los finales del primer milenio y principios del segundo. Su origen más probable es el compuesto germánico Athal-wira, que significa "guardián noble". Sin embargo, no se descarta la influencia del topónimo Illiberis , que actualmente denominamos Elvira. Es una importante ciudad donde se celebró el concilio del mismo nombre. Estaba cerca de una alquería que se llamaba entonces Garnatha , que poco a poco fué creciendo y desplazando en importancia a la antigua capital, hasta convertirse en la actual Granada... En España este nombre lo llevaron varias reinas y princesas, incluida una hija del Cid Campeador, que se llamaba doña Elvira (la otra era doña Sol)...
La celebración del concilio de Iliberis (Granada), entre el 306 y el 314 d.C., y la asistencia al citado concilio del obispo accitano Félix , nos pone de manifiesto que la cristianización de la ciudad y su área comarcal tiene cierta solidez y cuenta con una estructura más definida, que en los momentos iniciales.


obispo Félix presidió el concilio , debido a que éste representaba, probablemente, a la diócesis más antigua . Asistieron diecinueve obispos y veinticuatro presbíteros , en representación de treinta y siete sedes, de las cuales veintitrés eran de la Bética, la provincia, por tanto, más ampliamente representada, lo que nos indica la implantación en la misma del cristianismo. Las actas del concilio -las más antiguas que se conservan de un concilio disciplinar- son excepcionalmente valiosas para la historia de la Iglesia hispana.. La rotura de ídolos fué condenada en el Concilio de Elvira (306), el cual decretó, en su canon sexagésimo, que no sería inscrito como mártir un cristiano ajusticiado por un vandalismo de esa clase.

Las actas constan de ochenta y un cánones que se encuentran suscritos únicamente por los obispos. Esos cánones, todos disciplinares, arrojan mucha luz sobre la vida religiosa y eclesiástica de los cristianos hispanos, en el momento crucial del triunfo del Cristianismo. Estos cánones tratan de temas tan variados como el matrimonio, el bautismo, la idolatría, los ayunos, la excomunión, los cementerios, la usura, las vigilias, la frecuencia de asistencia a la Misa dominical, las relaciones de los cristianos con los paganos, judíos y herejes, etc.
En el canon XXXIII, según Hefele (op. cit. abajo) tenemos la ley eclesiástica más antigua concerniente al celibato del clero. El canon XIII muestra la institución de las vírgenes consagradas (virgines Deo sacratae), familiar en Hispania. El Canon XXXVI (placuit picturas in ecclesia esse non debere en quod colitur et adoratur in parietibus depngatur) se ha mostrado a menudo como un elemento en contra de la veneración de las imágenes como una práctica de la Iglesia Católica. Se interpretan esta prohibición como algo contrario al uso de imágenes en los templos grandes únicamente, para evitar que los paganos pudieran burlarse de las escenas sagradas ahí representadas y de lo que significan, opinan que el concilio no se pronuncia sobre la ilicitud o ilicitud del uso de las imágenes, sino que se trata de una medida administrativa que simplemente las prohibe, para evitar que los conversos del paganismo incurran en cualquier riesgo de recaer en la idolatría, o se escandalicen ante algunos excesos supersticiosos que, de darse, no están aprobados de ninguna manera por la autoridad eclesiástica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aqui tu comentario.